Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL VIEJO MUERE, LA NIÑA VIVE de Julián Ibáñez

El viejo muere, la niña vive. Julián Ibáñez

EL OFICIO DE SOBREVIVIR

El viejo muere, la niña vive es la última obra de Julián Ibáñez (Santander, 1940), escritor de culto y unos de los pioneros de la novela negra, que comenzó su carrera literaria en la década de los ochenta cuando esta era un género marginal en España. El protagonista de la historia es Bellón, un desgraciado cuyo objetivo en la vida es sobrevivir, día a día, con los escasos euros que tiene en el bolsillo. Siempre vagabundea a la caza y captura de algún billete que consigue ejerciendo la prostitución, protegiendo a los apostadores en una timba o en una pelea de perros, como confidente de la policía, dando una paliza por encargo o cometiendo pequeños delitos en los que, si se tercia, se defiende con la fuerza de los puños. Nunca ha pasado por la cárcel ni le interesan las armas de fuego, que, para él, son palabras mayores. Es un paria y asume su condición. Sin embargo, un día todo se tuerce. Le encargan que vaya a cobrar una deuda pendiente a un chalet de clase media en Fuenlabrada y, cansado de tocar el timbre sin que nadie lo atienda, decide entrar por una ventana. Registra la vivienda, sustrae algunos objetos y está a punto de ser sorprendido por sus inquilinos, aunque consigue escapar. Luego se entera de que una mujer ha sido asesinada en ese chalet y, partir de ese momento, se ve envuelto en una carrera desesperada por eludir el peligro al tiempo que inicia su particular investigación para esclarecer los hechos y donde demuestra una capacidad innata para caer siempre de pie como los gatos.


Escrita en primera persona, el lector queda atrapado, desde el comienzo, por el punto de vista del narrador, que juzga la realidad desde su particular forma de entender la vida: una mezcla de ironía, humor negro, cinismo y afán de supervivencia. Acompañando a Bellón, a ese trotamundos incansable, el lector deambula por Madrid, una ciudad sucia, de bares cutres, de personajes derrotados y solitarios, de policías corruptos, de buscavidas, en la que todo tiene un precio, incluido el cariño. Ibáñez ha adaptado de forma efectiva el lenguaje a la condición social del personaje y a su código ético, lo que le ha permitido crear un registro muy particular, directo y contundente, en el que el humor aflora de forma continua en escenas verdaderamente hilarantes, pero que esconden una realidad dura y trágica. Al final, es difícil no sentir simpatía por ese personaje zarrapastroso, heredero del pícaro clásico, que, como Lázaro de Tormes, se mueve por una sociedad en crisis y de la que Bellón no es sino la manifestación más evidente de su decadencia. Con la madurez que le otorga la experiencia conseguida con otros personajes similares en novelas anteriores, el autor demuestra con El viejo muere, la niña vive que posee un estilo propio y que se encuentra en un excelente estado de forma.

lunes, 3 de noviembre de 2014

LOS CRÍMENES DEL MONOGRAMA de Sophie Hannah



RESUCITANDO A POIROT 

Era inevitable. Tarde o temprano, los herederos de Agatha Christie iban a sucumbir a la tentación de resucitar a los personajes ideados por la genial creadora de novelas policíacas. El primero ha sido Hercule Poirot, el célebre detective belga, que vuelve a atusarse sus estrafalarios mostachos en Los crímenes del monograma y si, como es previsible, el éxito comercial del libro está asegurado, pronto le tocará el turno a Miss Marple o a los Beresford porque el sonido de la caja registradora es demasiado tentador para dejar escapar semejante ocasión de enriquecerse. Y eso que las historias originales, reeditadas una y otra vez, son todavía una máquina de hacer dinero. Además, la escritora inglesa, fallecida en 1976, tiene el honor de figurar en el libro Guinness como la novelista más leída de todos los tiempos.
Para la ocasión, se ha escogido, con notable acierto, a Sophie Hannah (Manchester, 1971), autora curtida en thrillers psicológicos de la talla de The Carrier, que ha escrito una novela entretenida, bien elaborada, que sigue, punto por punto, la hoja de ruta de cualquier historia salida de la pluma de su compatriota: variedad de personajes interesantes que esconden inconfesables secretos del pasado, una trama apuntalada con innumerables pistas falsas, un final sorprendente, una inteligente dosificación de los crímenes y la consabida escena en la que Poirot reúne a todos los sospechosos y, como un habilidoso prestidigitador, descubre al asesino. Sophie Hannah ha realizado un notable esfuerzo para que el lector se sienta como en casa y para ello ha acentuado los rasgos característicos del protagonista, que en esta ocasión no aparece acompañado de su fiel Hastings, sino de otro escudero, un inspector de policía poco perspicaz y lleno de complejos, llamado Catchpool, que actúa como narrador testigo de una historia tan repleta de tópicos como eficiente: en el Bloxham, uno de los hoteles más exclusivos y elegantes de Londres, aparecen, en distintas habitaciones, los cadáveres de dos mujeres y un hombre que han sido envenenados con cianuro y que tienen, dentro de la boca, sendos gemelos decorados con un monograma. Como es previsible, nadie ha visto nada. Así arranca una obra que engancha desde la primera página.
Sin embargo, a pesar de todos los logros de la novela, que son muchos, desengañémonos: los admiradores de la escritora inglesa perciben de inmediato que ella no ha escrito el libro como tampoco encuentran entre sus páginas al genuino y añorado detective belga, con su cabeza en forma de huevo y sus ojos verdes de gato. Y es que, como él mismo diría, Poirot est unique.