Félix Ángel Moreno Ruiz

miércoles, 20 de noviembre de 2013

LA SONRISA DE ANGÉLICA de Andrea Camilleri

                                                                  

MONTALBANO FURIOSO

La sonrisa de Angélica es, hasta la fecha, la última entrega en España de la serie escrita por Andrea Camilleri y protagonizada por Salvo Montalbano. Los amantes del género negro están de enhorabuena porque encontrarán en ella todos los ingredientes que han hecho tan famosa la serie. En primer lugar, hay una historia solvente, bien tramada, que mantiene en vilo al lector desde el comienzo y que tiene lugar en Vigàta, la pequeña ciudad imaginaria situada en la costa siciliana: el comisario deberá descubrir la identidad del jefe de una banda que se dedica a perpetrar ingeniosos robos en las mansiones de gente adinerada. Acompañan a Montalbano sus secundarios habituales, entre los que destacan el agente Catarella con sus apariciones bufonescas, el discreto Fazio y su novia Livia, que vivirá una situación difícil al verse acosada por los celos. Continúan presentes el humor socarrón y los gustos sibaritas de Salvo, amante de la buena mesa y lector impenitente. 
Y es que la literatura clásica ocupa un lugar muy importante en la narrativa de Camilleri. En esta ocasión, el homenajeado es Orlando furioso cuando Montalbano descubre en Angélica Cosulich, una de las víctimas de los robos, a su adorada Angélica, la protagonista femenina de la obra de Ludovico Ariosto. El comisario, que comienza a sentir los achaques de la vejez, tiene que vérselas con un misterioso contrincante que lo reta a una partida de ajedrez cuyo tablero es Vigàta y las piezas, cadáveres. 
El final, agridulce y melancólico, es el excelente colofón a una novela escrita con oficio e inteligencia.

domingo, 3 de noviembre de 2013

UN REVÓLVER EN LA MALETA


Un revolver en la maleta, de Félix Ángel Moreno Ruiz


Sentía emoción y miedo.
En el silencio de la noche, escuchaba con nitidez el sonido de sus pasos y los latidos del corazón, que golpeaba con fuerza sangre a sus sienes. Aunque no hacía frío, llevaba puestos el abrigo y el sombrero para que nadie lo reconociera.
No podía permitirlo.
Por fin, llegó a la puerta lateral. La empujó con suavidad temiendo que estuviera cerrada, que todo hubiera sido una broma. Pero no, cedía. Con sumo cuidado, para que las bisagras no chirriasen, la fue abriendo lentamente hasta que hubo espacio suficiente para franquearla. Se recordó a sí mismo entrando en aquella iglesia, de la mano de su esposa, los domingos por la mañana. Y ahora, así, a escondidas y de noche. Sin embargo, ese pensamiento le produjo gozosa delectación.
El ladrido de un perro sonó a lo lejos. 
Se decidió a entrar. El frío y el olor a humedad, a cera, lo abrazaron y le hicieron estremecerse, al igual que la sensación de hacer algo blasfemo y prohibido. Cerró la puerta y quedó a oscuras. Entonces, sintió miedo. ¿Qué hacía él allí? ¿Quién lo había citado? Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vislumbró una pequeña luz rojiza. Era la vela del Sagrario. Fue acercándose al altar, despacio, tanteando en la oscuridad para no tropezar con los bancos, que, intuía, estaban cerca. ¿Por qué no se daba a conocer el que lo había citado? Paso a paso, fue recuperando el aplomo y comenzó a considerar que estaba siendo objeto de una burla.
―¿Hay alguien ahí?
El cielo se despejó y la luz de la luna pudo entrar por el rosetón e inundar con una suave penumbra el interior del templo. Sus ojos reconocían ahora los bancos y, en los bultos de las paredes, las estatuas de los santos.
―¿Me oye? ¿Hay alguien ahí?
Al pasar junto a él, sintió pánico. No le había gustado nunca, aunque todos los domingos tenía que acercarse a rezarle y a ponerle una vela porque su mujer era devota. Sin embargo, ahora, a oscuras, su figura proyectada sobre la piedra se le antojaba monstruosa, deforme.
Sonó un ruido metálico detrás de él. Quedó paralizado un segundo. Luego fue girando lentamente hasta encontrarse con una sombra.
Aquella sombra…
―Pero ¿eras tú?
Un rayo plateado cayó con furia sobre su cabeza.
Ya no vio nada más. Se desplomó pesadamente y su sangre, espesa y tibia, fue extendiéndose lentamente por el suelo.


Así comienza Un revólver en la maleta, novela que no está dividida en capítulos sino en fragmentos separados entre sí por espacios en blanco y que presenta tres historias distintas, ambientadas en los primeros años del siglo XX, en pleno reinado de Alfonso XIII.

Una es muy corta, casi un relato breve. En ella Homero, el protagonista, afronta el primer crimen de su vida cuando estudia Filología Clásica en Madrid. Se trata del asesinato de don Nicomedes, el catedrático de Latín, que muere en plena clase envenenado con cianuro. En esta aventura Homero conoce al inspector Alejo, que luego será su mentor y al que ayuda en la resolución del caso. El inspector queda impresionado con las dotes del joven estudiante y lo anima  a hacerse policía.
Años después, cuando Homero es ya un joven y prometedor inspector que acaba de llegar de París, donde ha pasado una temporada becado realizando prácticas en la Sûreté, la Policía francesa, se suceden en Madrid, durante la noche, en barrios populares como Malasaña y Lavapiés, una serie de brutales asesinatos de mujeres humildes (dos prostitutas, una modista y una lavandera) que mantienen en vilo a la capital y que amenazan con provocar una grave crisis política. La prensa bautiza al misterioso y cruel asesino, que mata a una mujer cada semana, como “El Carnicero de Madrid” y lo compara con Jack el Destripador, que había actuado años antes, con un modus operandi similar, en Londres, la capital del entonces Imperio Británico. Esta prensa combativa pide también la cabeza del ministro de la Gobernación y de todo el Gobierno, e insta al rey Alfonso XIII a tomar las riendas de la situación. En una carrera contra el tiempo, con el temor de que actúe de nuevo, Homero, a las órdenes de Alejo, convertido ya en comisario, intentará detenerlo utilizando sus dotes deductivas y su inteligencia, lo que le llevará a recorrer la noche de la bohemia madrileña; sin embargo, sus descubrimientos tendrán consecuencias trágicas para ambos pues el asesino (o los asesinos, aunque esto deberá descubrirlo el lector) resulta ser gente poderosa y sin escrúpulos. El inspector es apartado de la investigación y trasladado con urgencia a Córdoba.
Nada más llegar a la ciudad andaluza, a Homero se le asigna un misterioso caso. En el interior de la capilla del Cristo de Ánimas de la iglesia de san Lorenzo, aparece crucificado, con la cara pintada y una peluca rubia, el cadáver del prestigioso abogado Sebastián Márquez, hombre adinerado y con fama de conseguir acuerdos extrajudiciales que permiten a las familias más pudientes evitar escándalos y que se manchen sus ilustres apellidos. El comisario de Córdoba, receloso del nuevo inspector que ha llegado pues le han avisado de que se trata de un policía problemático e indisciplinado, le encarga también el caso a su hombre de confianza, Anastasio, un inspector ambicioso, cruel y sin escrúpulos, que resulta ser un antiguo conocido de Homero. Este, acompañado por el agente Pedro, personaje senequista y contrapunto del inspector, que poco a poco, después de los recelos iniciales, se irá convirtiendo en su fiel ayudante, intentará revelar la identidad de un peligroso criminal que está dispuesto a asesinar de nuevo para no ser descubierto. La búsqueda del asesino llevará a los policías a recorrer la Córdoba de principios del siglo XX, esa Córdoba que sale de su largo letargo de siglos y abandona la condición de pueblo grande para convertirse, poco a poco, en una urbe moderna. Son los años de los primeros vehículos a motor, de los primeros ascensores, de los primeros edificios funcionales y modernistas que se construyen en la ciudad, la cual aparece reflejada en la novela a través de sus calles emblemáticas como la calle Almonas, de sus iglesias (San Andrés, San Miguel y, por supuesto, San Lorenzo), de la plaza de abastos de La Corredera, del reñidero de gallos, del cementerio de La Salud, de Las Ermitas, del hotel Suizo, del Ayuntamiento, del Círculo de la Amistad, del Gran Teatro, del Coso de Los Tejares, de la Audiencia, de El Círculo de Labradores… Este recorrido les permitirá conocer a sospechosos tan variopintos y extraños como la esposa del abogado asesinado, un duque, un torero, un bailaor de flamenco, un viudo adinerado, una costurera, una maestra de escuela, un funcionario municipal… muchos de los cuales guardan secretos que irán desvelándose a lo largo de la investigación.
Como ya se ha indicado anteriormente, estas historias están divididas en fragmentos y aparecen intercaladas de forma que las tramas avanzan simultáneamente a lo largo de la novela. Esto permite al lector seguir las historias a la vez, la tensión aumenta de manera gradual y se mantiene la intriga hasta el final, cuando se descubre por qué Homero, el protagonista, el elemento de unión de las tres historias, regresa a Córdoba, su ciudad natal, con un revólver en la maleta, un Colt del calibre 38, al que le falta una bala en el tambor.
Un revólver en la maleta realiza numerosos guiños a la novela policíaca clásica, especialmente en la trama de Córdoba, con la presencia de un abanico variado y abierto de sospechosos que tienen motivos y oportunidades para cometer el crimen. El lector amante de la novela policíaca encontrará abundantes referencias y pequeños homenajes a esta literatura de género, comenzando por el nombre del protagonista, Homero Pérez, cuyas iniciales coinciden con las del famoso detective belga ideado por Agatha Christie, Hercule Poirot, pasando por personajes como la tía Maruja, que guarda numerosos paralelismos con otra protagonista de las novelas de la escritora inglesa, Jane Marple. También encontrará ciertas semejanzas entre Homero y Sherlock Holmes o entre Pedro y el doctor Watson y el capitan Hastings. Sin embargo, no seré yo el que desvele ahora y aquí estos pequeños misterios y juegos literarios. Dejo al lector interesado que los busque por sí mismo.
Un revólver en la maleta es también, en cierta medida, una novela negra, entendida esta como un género que indaga en los aspectos sociológicos y patológicos del crimen, en el origen y las causas de la violencia,  y que realiza una crítica de la sociedad de la que el criminal forma parte. En este sentido, he pretendido que el lector reflexione, especialmente en la trama de Madrid, sobre temas intemporales y desgraciadamente en boga en la actualidad como son la corrupción y la impunidad con la que actúan las personas que se amparan en el poder para cometer delitos. En la trama de Córdoba también abordo los prejuicios sociales de una sociedad cerrada y opresora, dominada por la hipocresía y dividida en castas sociales. Influido por la mirada escéptica y compasiva de Galdós, por la Córdoba que describo desfilan personajes de toda clase y condición, con sus miserias y grandezas, en una visión en ocasiones nada amable.
La novela parece tener un marcado carácter pesimista e, incluso, me atrevería a decir que fatalista. En la trama de Madrid, a pesar de sus desvelos y de su profesionalidad, el comisario Alejo y el inspector Homero se ven desbordados por los acontecimientos y arrastrados por una corriente que no pueden contener. Parece que, en el juego de la vida, las cartas están repartidas previamente y cada jugador conoce la mano que le ha tocado en suerte. Esto justificará la forma de proceder del inspector en el caso de Córdoba, mucho más precavida. Sin embargo, a pesar de todo, la esperanza se abre paso al final cuando, resuelto el caso, Homero y Pedro conversan sentados en un café al más puro estilo de Casablanca.
Hay también en la novela un recorrido sentimental por las costumbres y la gastronomía de una época, por los botijos de Salvatierra de Los Barros, por la toquilla los días de frío echada sobre la espalda, por la copitas de Pedro Ximénez o de Machaquito, por el ajo blanco y el gazpacho molinero, por los embutidos y el jamón de Los Pedroches, por las tortas de oveja merina de La Serena, por los roscos fritos… Mi pretensión no ha sido escribir una novela histórica, sino, simplemente, ambientarla en una época, que el lector perciba “el aroma” de aquellos años y sienta como verosímil la historia que está leyendo.
Porque, ante todo y por encima de todo, lo que he pretendido es que el lector pase un rato entretenido y de lectura agradable mientras intenta descubrir al asesino.
Lo que no es poco.